Santiago de Cuba amaneció
apacible en el día de la muerte
de Fidel Castro. El escándalo del reguetón, propio de las mañanas
sabatinas, fue sustituido por el silencio, interrumpido por el sonido de las
transmisiones televisivas.
Los santiagueros continúan sus quehaceres cotidianos de
subsistencia: la comida y la búsqueda del agua.
En el centro de la ciudad, los restaurantes y cafeterías
funcionan con sus horarios regulares, aunque extrañamente no se ve a nadie
consumiendo bebidas alcohólicas. La dependienta de una cafetería dijo que
recibieron una directiva según la cual se ha prohibido la venta durante los
próximos nueve días, el período decretado por el Consejo de Estado para el
"duelo nacional".
El centro de la ciudad bulle de actividad. Los artesanos del
callejón del Carmen ofertan sus mercancías igual que siempre, la calle
Enramadas es un mar de personas que suben y bajan, y centenares de turistas se
agolpan en el Parque Céspedes. El crucero Crystal está estacionado en la bahía
santiaguera desde el viernes.
En el Centro Tecnológico Recreativo III, los niños y
adolescentes hacen cola esperando su turno para jugar.
El cementerio Santa Ifigenia, donde según el Gobierno serán
depositadas las cenizas de Fidel Castro el día 4 de diciembre, esta abierto al
público, aunque continúan los trabajos, en un espacio tapado por una lona, al
lado de la tumba de José Martí.
Dos patrullas policiales están apostadas en la zona de
parqueo.
Los santiagueros han reaccionado parcos al fallecimiento de
Castro.
"No pudieron matarlo con ningún atentado, solo la
enfermedad se lo llevó", dijo un vendedor del mercado del ferrocarril.
"Bastante vivió con un cáncer en el colon", comentó
un anciano en una shopping.
Un vecino del Paseo de Martí fue más práctico: "Se murió
el Fifo, pero nosotros no, y nos implantaron la ley seca". Hay más.
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