Desde los ataques del 11 de
septiembre de 2001 en los Estados Unidos –simbolizados por las Torres Gemelas
de Nueva York ardiendo, luego de que dos aviones se incrustaran en su interior
y posteriormente implosionaran–, el mundo ha dado muchos giros inesperados, que
sorprendentemente acabaron con las certezas de la década de 1990, así como con
las de la Guerra Fría.
Entre las certezas que se arruinaron se pueden indicar tres:
la religión retornó al escenario político, mostrando que la ilusión westfaliana
de una política internacional laica y secular no era para siempre. Segundo, se
derrumbó la ilusión de que una potencia, con discurso de unipolaridad, podía
gobernar el mundo e incluso reimponer el orden internacional a su imagen,
racionalidades y convicciones políticas.
Pero la certeza que con más agudeza fue destruida fue aquella
que pretendía que el siglo XXI, iniciado luego de la implosión de la URSS en
diciembre de 1991, sería un período de seguridad y estabilidad global, en el
que muy difícilmente las guerras y diversas formas de violencia se asomarían
por encima de los acuerdos internacionales y las gestiones diplomáticas.
De hecho, el siglo XXI se ha caracterizado por una
geopolítica dinámica, con rupturas y transformaciones políticas fuertes,
marcadas por la implosión de algunos estados, el surgimiento de otros más
pequeños y la inestabilidad en gran parte de territorios disputados por estados
con vocación de imperios. Pero estas geopolíticas dinámicas están marcadas por
constantes estratégicas, de largo plazo e irrenunciables para varios centros de
poder. Hay Más.-
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